Desde la antigüedad el ser humano ha tratado de describir y estudiar el cosmos, miles de puntos brillantes les rodeaban todas las noches, los observaban, los estudiaban y llegaron a descubrir cosas grandiosas casi sin instrumental. Los primeros hombres que se dieron cuenta de que las estrellas podían servirles para orientarse y obtener cálculos sencillos con los cuales resolver problemas cotidianos relativos principalmente a la agricultura. 

En las cuevas de Lascaux, ubicadas al sur de Francia, se han encontrado figuras pintadas que parecen corresponder a marcas astronómicas de más de 17,000 años.

Los antiguos griegos tienen el honor de haber delineado y descrito famosas constelaciones que sentaron el precedente de las actuales. Pero también los romanos y las culturas de Oriente Medio y China identificaron conjuntos de estrellas con formas diversas a las que nombraron como los seres de su mitología: animales, dioses, objetos y más.

Para estas culturas antiguas, la importancia de las constelaciones pudo ser, además de guía, ceremonial o religioso. Lo curioso es que algunas solo son visibles durante cierta época del año debido a la órbita de la Tierra alrededor del Sol y esto probablemente sirvió para ayudar a los hombres a recordar algunos asuntos. Algunos expertos sugieren que la mitología relacionada con ciertas constelaciones fue creada por agricultores para que les recordara el tiempo de, por ejemplo, comenzar a sembrar o a cosechar.

Entre los siglos XVI y XVII los cartógrafos y astrónomos de Europa se dieron a la tarea de agregar nuevas constelaciones, lo que siguió sucediendo durante los años siguientes. Llegó un punto en el que era complicado contabilizarlas y la Unión Astronómica Internacional tomó la decisión de definir en 1922 una lista de 88 constelaciones con límites concretos.